Una mañana, Tomás y Anita entraron en la cocina de Pita y le dieron los buenos días, pero Pita no contestó. Sonreía apenas, con expresión soñadora.
—Perdonen que no conteste a su saludo; estoy pensando en lo que acabo de descubrir —dijo Pita.
—¿Qué has descubierto?
—¡Una palabra nueva!, ¡una estupenda palabra!
—¿Qué clase de palabra? —indagó Tomás con cierta desconfianza.
—Una maravillosa palabra, una de las mejores que he oído en mi vida.
—Anda, dínosla, Pita —dijeron los niños.
—¡Palitroche! —dijo Pita triunfante.
—¿Palitroche? ¿Y qué quiere decir?
—¡Ojalá lo supiera!
—Si no sabes lo que significa, no sirve para nada —dijo Anita.
—Eso es lo que me preocupa —contestó Pita mordisqueándose el pulgar de la mano derecha.
—¿Quién dice lo que significan las palabras? —preguntó Tomás.
—Yo creó que se reunieron algunos viejitos —dijo Pita—. Inventaron algunas palabras y luego dijeron: "esta palabra quiere decir esto…" Pero a nadie se le ocurrió una palabra tan bonita como palitroche. ¡Qué suerte que haya dado yo con ella! ¡Y les apuesto lo que quieran a que descubriré lo que significa! Quizá se le pueda llamar así al ruido que hacemos cuando andamos en el lodo. A ver, cómo suena "cuando Anita anda en el lodo puede oírse un maravilloso palitroche…" No, no suena bien. Eso no es. Quizá es algo que puede comprarse en las tiendas. ¡Vamos a averiguarlo!
—¡A ver si podemos! —añadió Tomás.
Pita fue a buscar su monedero y lo llenó de monedas.
—Palitroche suena como una cosa bastante cara. Seguramete me alcanzará con esto.
Ya puestos de acuerdo, los tres salieron muy preocupados de la casa. Llegaron a una pastelería.
—Quisiera comprar algunos palitroches —dijo muy seria Pita.
—¿Palitroches? —preguntó la señorita que despachaba—, creo que no tenemos.
Entraron a una ferretería.
—Quiero comprar un palitroche —dijo Pita.
—¿Palitroche?, vamos a ver si encuentro alguno —dijo el dependiente y sacó de un cajón un cepillo que entregó a Pita.
—¡Esto es un cepillo! —exclamó Pita muy enojada—. Yo quiero un palitroche. ¡No intente engañar a una inocente niña!
—Pues no tenemos lo que necesitas, niña, lo siento mucho.
—Lo siento… lo siento… —salió murmurando Pita, verdaderamente contrariada.
—¡Ya sé! Lo más probable es que se trate de una enfermedad. Vamos con el médico.
—Quiero ver al doctor. Es un caso grave —dijo Pita.
Como se trataba de un caso grave, la enfermera los hizo pasar inmediatamente.
—¿Qué te pasa? —le preguntó el médico.
—Estoy muy asustada, doctor. Creo que estoy enferma de un grave palitroche. ¿Es contagioso?
—Tú tienes más salud que todos nosotros juntos —le dijo el médico—. No te preocupes.
—Pero existe una enfermedad con ese nombre, ¿verdad? —preguntó ansiosamente Pita.
—No, pero aunque existiera, tú no lo atraparías jamás.
Pita, Tomás y Anita salieron de ahí bastante desconsolados. Iban con la cabeza baja, pensando que nunca encontrarían un palitroche. De pronto Pita gritó:
—¡Ten cuidado, Tomás, no pises ese animalito!
Los tres miraron hacia el suelo. El animalito era pequeño, con un par de alas verdes que billaban como si fueran de metal.
—No es chapulín, ni grillo —dijo Tomás.
La cara de Pita se iluminó:
—¡Ya sé! ¡Es un palitroche! —gritó triunfante.
—¿Estás segura? —preguntó Tomás.
—¿Crees que no voy a conocer a un palitroche cuando lo veo? Como tú no has visto ninguno en tu vida, no sabes reconocerlos. ¡Mi querido palitroche! Ya sabía yo que al fin iba a encontrarte. Hemos recorrido toda la ciudad buscándote, y estabas casi debajo del zapato de Tomás. Ven, te llevaré a casa y viviremos felices.
FIN
Cuento: Rosa María Garzón
Dibujos: Carlos Dzid Arbizu